Martes de lluvia y gimnasia
Está lloviendo a chuzos; pero a pesar de ello el día está muy luminoso, así que no está mal del todo, la combinación en curiosa. Mientras miro por la ventana pienso en lo bien que vendría esta agua en algunos sitios de España y pienso en lo mal repartido que está el mundo en todos los aspectos. Podríamos plantearnos el trasvase del Mosella o algo así, que aquí hay agua para regar siete planetas, y según me dicen, en Bruselas hay suficiente para inundarlos del todo. Todo es relativo. Cuando opinas que cómo llueve aquí no falta alguien que te dice “pues en Bruselas, no veas”. Parece haber una rivalidad tipo Cádiz-Sevilla o Madrid-Barça. Para los aborígenes de Luxemburgo, en Bruselas están todos locos, trabajan demasiado y tienen un techo de nubes por encima de la cabeza que no les deja pensar. No sé que opinarán los “bruselinos”; imagino que piensan que aquí uno se toca las narices a cuatro manos y que no hay nada que hacer en la ciudad.
Pero la verdad es que si tienes ganas, no faltan actividades. Cada día me encuentro en mi bandeja del correo de la oficina publicidad de cursos de tango, danza del vientre, sevillanas, esgrima, polo y vela (ahora que lo pienso, no sé dónde harán vela, aunque cierto es que con lo que ha caído hoy se podría hacer una presa en cualquier placita). Al principio pensé que alguien se había percatado de mi pinta atlética y pensaban que me encantaría esa información; luego vi que se la dejan a todo el mundo.
Yo tengo bastante con mi aerobic. Lo primero que tengo que conseguir es no perderme por los pasillos para llegar a la sala de gimnasia. Ya llego decentemente al vestuario (aunque una vez me metí en la cocina) pero desde ahí tengo que recorrer pasillos y pasillos donde se almacenan los boletines oficiales de 20 países –lo que da idea de su extensión– hasta llegar a la sala. La gimnasia sigue produciéndome agujetas, aunque menos que al principio, y sigo sin entender a la profesora, aunque he desarrollado mucho mi intuición y ya apenas dudo en los movimientos. Ella me mira todo el rato (como soy la nueva) y me sonríe, preguntándome “Ça va?” Y yo solo puedo poner la habitual cara de pez, ya no por no entenderla, que al “ça va” llego, sino porque el step y la charleta son del todo incompatibles.
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