Locos bajitos
Tengo un colegio enfrente del trabajo. Cada día, cuando suena el timbre que anuncia la hora de salida al recreo esos monstruos hiperactivos salen en tropel y gritan como locos. Me encanta oírlos pegar voces así, sin motivo aparente. Ayer observaba desde mi ventana a una niña que mientras corría en círculos gritaba sin parar, como si se hubiese vuelto loca, y me dio mucha envidia, pensé que a mí también me gustaría poder hacerlo a veces sin que nadie llamase a la policía.
Cuando suena el timbre que anuncia el final del recreo es todavía mejor, porque en ese momento todos gritan a la vez; es como la campana de la última bebida en los pubs londinenses: hay que aprovechar. Último grito, señores clientes, aprovechen ahora, es su última oportunidad. Luego tendrán que sentarse en una silla y soportar aburridas explicaciones durante interminables horas.
Y entonces, a los treinta segundos de que suene el timbre, me vuelvo a quedar en silencio y no tengo más remedio que seguir trabajando.
(La foto fue tomada durante un concierto en la fiesta medieval de Luxemburgo. La niña tiene poco que ver con mis vecinos del colegio, pero me encanta su pinta tan medieval)
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