Si hoy es martes, esto es Bélgica
Julia, Julio y Rocío han venido a Luxemburgo para pasar con nosotros el puente de diciembre y, a pesar del frío y de los madrugones imprescindibles para llevar a cabo el plan de viaje diseñado por Félix, nuestro guía favorito, hemos pasado unas vacaciones excelentes.
El sábado pasamos la tarde en Luxemburgo, viendo el mercadillo de Navidad y paseando por el centro de la ciudad. Ya os contaré algo más de los mercadillos, porque merecen una atención especial. Más tarde cenamos en la Maison Bereber, uno de nuestros restaurantes favoritos. Ahí comprobamos que era mejor ir habiendo ayunado antes durante tres días completos, porque los platos eran tremendos, y el cuscús de Rocío, de antología.
El domingo fuimos a Trier, dando un pequeño rodeo por Mullerthal y Echternach, visitando lo que aquí llaman “la petite Suisse”. En Trier había también, como no, un mercadillo navideño, que compite cada año con los franceses y luxemburgueses. Había que reconocer que el de Trier era bien bonito y estaba muy animado.
Ahí probamos por primera vez el vino caliente (que al principio está horroroso, pero luego entra que da miedo), las salchichas y los plátanos bañados en chocolate. Tras ponernos morados dimos un pequeño paseo por la ciudad y volvimos a Luxemburgo para descansar un rato antes de ir a cenar unas ensaladas en un bar cerca del hotel.
El lunes estos chicos se fueron a Vianden y a Clervaux lo que me causé una gran envidia, ya que me lo perdí, porque tenía un curso, Al menos, Félix se llevó la cámara, para traerme documento gráfico de recuerdo. Esa noche fuimos a cenar a un restaurante alsaciano acompañados de mi amiga Paloma.
El martes estuvimos en Bélgica, visitando el monasterio de Orval y Buillon. El monasterio de Orval nos gustó. Sin embargo, lo que nos condujo allí no era solo el afán de conocer la vida monástica, sino sobre todo la perspectiva de degustar la cerveza que hacen allí los monjes, o más bien, que empezaron a hacer, ya que ahora se ha convertido en un negocio que dista mucho de ser artesanal, acompañada de un queso de la región. Y de degustaciones nada. No nos dejaron ni olerla, así que cabizbajos nos fuimos a comer a Buillón, donde sí pudimos probar la cervecilla y ellos -yo, desde luego, ni muerta- un queso apestosísimo que pareció gustarles bastante.
El laberíntico castillo de Buillón nos sorprendió. Fue una visita muy interesante en la que recorrimos innumerables pasillos. Finalmente, fuimos a Redu, la villa de los libreros, pero no fue buena idea ir entre semana y en invierno, así que decidimos marcharnos y volver en otra época más animada.
El miércoles tocaba Francia, aunque tomamos un desvío para recorrer parte de la ruta del Mosella antes de llegar a Metz. Fuimos parando en los pueblos que nos llamaban la atención, como Wormeldange y Remich, y disfrutando del paisaje, ya que es muy curioso, a pesar de que las viñas estén peladas en esta época del año.
Finalmente llegamos a Metz, que es una ciudad preciosa, una especie de París en pequeñito y, como no, llena de mercadillos navideños.
Esa noche fuimos al concierto de Yann Tiersen, un individuo que nos había engañado con la banda sonora de la película Amelie y que nos deleitó con una música un pelín estridente. Los Julios aseguran que es gustó, aunque yo no lo tengo nada claro. Creo que antes de comprarle el próximo disco al pollo lo escucharé con atención.
El último día nos quedamos en Luxemburgo, paseando por la ciudad. Ni siquiera esa última jornada tuvimos la suerte de ver salir el sol; llovió sin parar todos los días y justo paró cuando ellos se marcharon. Y si os cuesta creerlo, mirad la foto de la Petrusse, tomada esta misma tarde.
Después de comer acompañamos a nuestros amigos al aeropuerto. Ellos se iban muy contentos, pero a mí se me saltaron dos lagrimitas. Gracias por la visita, amigos, espero que la repitáis pronto. Ah, y gracias por el jamón, que ha sido un detallazo muy sabroso.
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