Silvia en Lux

Aprobé unas oposiciones para la Unión Europea y me mudo a Luxemburgo, ¡qué bien!............. ¿¿¿QUÉ BIEN??? Aventuras y desventuras de Silvia en las europas

25 septiembre 2005

Domingo de paseo


Los domingos son días de paseo. No se puede hacer otra cosa más que comprar el periódico y deambular por las calles. Llama la atención el tiempo que duran las campanadas de las iglesias, se tiran media mañana sonando. A Félix le hace mucha gracia, dice que parece que están llamando a los fieles uno a uno “tú, sí, el de la camisa a rayas, anda pa’dentro, que he visto que te querías escaquear…” Pero a mí me gusta el soniquete de las campanas y de los carillones, aunque a veces desafinen un poco.

Otra curiosidad de la ciudad es el tiempo que tardas en cruzar un semáforo. Por supuesto, si no le das al botón ese de “peatón pulse” , que yo siempre pensé que estaba de adorno, no es solo que tengas que esperar; es que no se pone verde nunca. Así que si ves que tu autobús está en la parada de la acera de enfrente no te molestes en correr, ya lo has perdido. Y no se te ocurra cruzar por las buenas porque aquí, los luxemburgueses corren que se las pelan. Uno no se puede arrimar a la calzada así como por despiste; tiene que tener cuidado de retraer los dedos gordos de los pies, por lo que pueda pasar. Parece el escenario de Starsky y Hutch: precisamente hoy he visto a la policía en plena acción, algo que realmente no es habitual, y las ruedas chirriaban en las curvas como en las películas.

Eso sí, ven un paso de cebra y frenan vayan a la velocidad que vayan. A veces uno hasta se siente culpable de ocasionar ese gasto de neumáticos por el simple hecho de querer cruzar la calle.

Hoy, como todos los días libres que tengo, he agarrado mi cámara de fotos y he hecho unas cuantas. Creo que Luxemburgo está en el ranking de ciudades más fotografiadas gracias a mí y a las hordas de japoneses que llegan cada fin de semana. Siempre hago las mismas fotos, pero es que el paisaje de Luxemburgo me gusta mucho, y cada día me parece diferente. Hoy he seleccionado algunos de mis rincones favoritos. Hasta la próxima.

24 septiembre 2005

Funcionarios

Por fin tengo teléfono. Me ha costado lo suyo, no creáis, malditos aborígenes. La gente de este país es maja, la verdad, no puedo decir otra cosa, pero tienen completo el cupo de funcionarios clásicos, en el sentido más peyorativo de la expresión. Puede que el prototipo de funcionario amargado, poco comunicativo, vago hasta la desesperación y malencarado viene a suponer un uno por ciento, pero yo he tenido que lidiar con toda la muestra al completo.

Fui a solicitar línea telefónica y tuve que volver a las dos semanas, porque no había recibido respuesta. La segunda vez fue casi peor que la primera, la cara de perro del funcionario era aún más evidente. Yo me había preparado mis frases mágicas, como viene siendo habitual, y él me entendía, pero yo a él no; y en lugar de intentar explicarse con otras palabras me repetía lo mismo un poco más alto cada vez. Tengo que aprender a decir “eh, que no soy sorda” la próxima vez que tenga la mala suerte de tener que abordar otra gestión administrativa.

Finalmente conseguí que me dieran día y hora para la instalación de la línea. El técnico no era muy amable, pero al menos llegó puntual y se fue pronto, no sin antes quejarse de que el enchufe del teléfono estaba en un sitio muy malo. La verdad es que tenía razón; está entre la cama y la pared, por lo que ahora parece que estoy castigada mirando al rincón cuando quiero conectar el ordenador a la red. He comprado un cable más largo, pero aún así no llega a donde yo quisiera.

En fin, volviendo a lo que estaba, el señorín tenía que meterse en el hueco que había entre la cama y la pared, pero sus características físicas (su barriga, para qué andar con eufemismos) le impedía agacharse y menos aún en un sitio tan estrecho, por lo que tuvo que sentarse en la cama y retorcerse como pudo para llegar al nivel del suelo. Os preguntaréis por qué no apartamos la cama un poco: cuando se lo ofrecí me miró desafiante, como preguntándome si pensaba que no sería capaz de entrar por ahí.

Jadeaba y resoplaba e imagino que juraba en arameo (o en luxemburgués), pero levantarse fue lo peor; pensé en ayudarle, pero cualquiera se acercaba a Godzilla, así que disimulé como pude, fingí que leía para no demostrar que no me perdía una y finalmente mi amigo se levantó. Todavía tengo el colchón hundido por el lado de la pared.

Tan contenta como una niña con teléfono nuevo, me fui para al trabajo pasando antes por la oficina de la Post (que además del servicio de correos lleva también el de telefonía) para solicitar una línea ADSL, ingenua de mí. Este tercer funcionario era aún peor que los otros dos. Se limitó a decirme entre dientes que no podía hacer la solicitud hasta que no pasaran cuatro días y se negó a darme más explicaciones. A estas alturas lo que no sabía mi interlocutor era que yo estaba más harta de ellos que él de mí, así que le freí a preguntas. Sabía que no iba a sacar nada en claro, pero veía su desesperación y disfrutaba con ello.

La foto es de un enchufe de teléfono luxemburgués. Bonito ¿eh? Hacer la foto me costó lo suyo, ahora comprendo al pobre hombre, también a mí me costó agacharme al nivel del suelo…

Está anocheciendo. Para compensar la horrible foto del enchufe, os envío una que acabo de hacer en este momento. Es lo que veo desde el sofá.

Creo que voy a pasar de ADSL. El cablecillo del teléfono, aunque corto, es suficiente para actualizar el blog y reunirme con vosotros de vez en cuando. Muchas gracias por los comentarios, es agradable saber que hay alguien al otro lado.

20 septiembre 2005

Vuelta al cole

Última llamada a los pasajeros del vuelo de Luxair 3838 con destino Luxemburgo, pasajeros por favor, embarquen por la puerta número 32....
Yo aún seguía diciendo adiós a Félix con la mano a través del cristal del control policial; no le veía demasiado bien porque no llevaba puestas las gafas. Mejor, no me gustan demasiado las despedidas.

Afortunadamente la puerta de embarque estaba muy cerca del control, así que llegué sin entretenerme, no porque hubiese oído la última llamada al embarque de mi vuelo, sino porque me apetecía sentarme. Las piezas de equipaje de tamaño estratégico que le daban el calificativo de cabin luggage pesaban finalmente más de lo que aparentaban.

Cuando desde lejos vi que no quedaba ningún pasajero en la sala de espera me temí lo peor y corrí hacia la puerta de embarque, a tiempo de coger el autobús. Miré con ansiedad a mis compañeros de viaje, pero no me pareció apreciar ninguna mirada de odio, por lo que supuse que no llevaban demasiado tiempo esperando.

Al fin me relajé y me entretuve mirando a mi alrededor. Me gusta observar a la gente e imaginar por qué viajan, dónde trabajan, quién les espera y cómo es su vida. Me monto unas películas interesantes. Y el vuelo del domingo por la noche a Luxemburgo es una mina.

Cuando entré en el avión me sorprendí, como siempre, de lo pequeño que es y de lo grande y torpe que se siente uno metido en ese artilugio de juguete. Noté un sonido extraño procedente del asiento contiguo al mío y me di cuenta de que la chica que iba a mi lado estaba llorando. Intentaba disimular, pero debía tener un buen sofocón porque cuando la azafata se acercó repartiendo servilletas no pudo decir nada e hizo un gesto nervioso con la mano rechazando el ofrecimiento.

Por supuesto no pensé en intervenir en ningún momento, pero fantasee con la posibilidad de decirle una frase de consuelo, y me pregunté qué podría ser, pero lo curioso es que no se me ocurría nada. Nada que ella ya no supiera, nada útil.

Tal vez ella era demasiado joven. O tal vez yo demasiado vieja. El otro día un buen amigo me felicitaba por mi valentía comentando inocentemente que él “a nuestra edad” no se hubiera atrevido. Mi primer sentimiento fue similar al que una siente la primera vez que le llaman “señora” , o sea, quise patearle la espinilla y jurar por mis huesos que tenía ocho años menos. Pero no es algo que yo no haya pensado más de una vez. Algunas veces siento que me invade la crisis de los 30 (¡sí! ¡qué pasa!) y comento con Félix que la oportunidad de esta experiencia internacional debería haberme llegado un poco antes. El siempre dice que no está de acuerdo, que es ahora cuando más la aprovecharemos, que con veinticinco años tal vez no se esté preparado para muchos de los inconvenientes de esta aventura. Y mirando a esta chica que lloraba silenciosamente con la cabeza pegada a la ventanilla me parecía que tenía razón.

NOTA: Aunque pretendo perder unos kilitos, la del dibujo del avión no soy yo… todavía.

12 septiembre 2005

El Grund

Hoy es domingo y a pesar de que ha llovido desde muy temprano hemos decidido ir a dar una vuelta por el Grund. Es la parte baja de la ciudad y a mi juicio una de las zonas más bonitas de Luxemburgo. Debe ser estupendo vivir ahí, porque hay mucha tranquilidad en sus calles. Por suerte para los vecinos y para los turistas incansables, hay un ascensor que comunica esta zona con la parte alta de la ciudad, porque la bajada es fácil, pero la subida, digna de una de las etapas del Tour de Francia.

El paseo fue precioso, pero no paraba de llover, así que decidimos ir a algún café a intentar pillar una wireless de esas y acceder a Internet. En el primero no hubo suerte, pero en el segundo sí, y pudimos leer los últimos correos electrónicos de muchos de vosotros que tenéis el detalle de escribir de vez en cuando. Por favor, no dejéis de hacerlo, se agradecen los mensajes en el destierro.

El café de la foto en la que aparece Félix se llama Beans & Books y es uno de mis favoritos. Es también librería y ofrece conexión a Internet gratis. Me parece un negocio estupendo ¿alguien se anima a importar la idea?

Aventuras en el sótano

Un día me armé de valor y me bajé al sótano para llevar al trastero las maletas que tengo y que no sé dónde meter, dadas las dimensiones de mi apartamento. Previamente, había ido al super a buscar unos sacos gigantes de plástico para embalar adecuadamente las maletas, ya que el trastero no tiene estanterías ni muebles, ni nada que se le parezca, solo bastantes metros de un suelo de aspecto húmedo e insalubre.

Iba yo muy contenta en el ascensor con todas mis maletas protegidas y selladas cuando (¡maldito Murphy!) se me cayó la llave del trastero, con tan mala suerte que quedó balanceándose en el filo del hueco del ascensor. Con estupor pude ver en cámara lenta cómo la llave se caía sin poder hacer nada para evitarlo. Y me quedé con dos palmos de narices y cuatro maletas plastificadas mirando el agujero sin saber qué hacer.

Ahora el problema era contarle mi desdicha a la de la agencia porque ¿cómo se decía hueco del ascensor en francés? Pues nada, agarré el diccionario y escribí un e-mail de disculpa a la chica de la agencia explicándole lo que había pasado. Dejé pasar unas horas y la llamé por teléfono, para asegurarme de que había recibido el mensaje, de que lo había entendido y para preguntarle qué pensaba hacer al respecto. En cuanto me oyó empezó a reírse como loca, mientras yo seguía disculpándome. No sé si me dijo que me daría otra copia de la llave o si enviaría a alguien a recuperarla. Yo desde luego no bajaría a las profundidades del edificio, porque si el sótano es como es no quiero ni imaginarme el aspecto del piso inferior.

El segundo reto del sótano era cómo poner la lavadora. Como puede verse en la foto de la derecha, las instrucciones, que son muchas, están en un perfecto alemán, así que le pedí a Félix que me trajese de Madrid mi diccionario y entre los dos tradujimos todas las palabrejas que aparecen en a lavadora. Exceptuando un par de ellas que parecen significar “onda” y “sobredosis” las demás ya las tenemos totalmente identificadas y el reto de colón ha sido superado. Ahí podemos ver a Félix haciendo las labores del hogar con alegría.

03 septiembre 2005

Cómo parecer una luxemburguesa

Estos jodíos van a hacer que aprenda francés más rápido, porque cuando vas de turista te lo perdonan todo y hablan muy despacio y tú te animas mucho porque consigues enterarte, pero a estas alturas se me debe notar que no estoy aquí tan temporalmente –debe ser por la soltura natural con la que me desenvuelvo– y ya se me rebelan y se embalan y me preguntan más cosas en las tiendas.

El otro día fui a una tienda de ropa, cogí unas cuantas cosas y me fui para el probador. Esperaba, como siempre, que una amable señorita me diese una plaquita de plástico y me dijese que entrara, pero para mi sorpresa, me soltó una parrafada ininteligible. Solo quería saber cuántas prendas llevaba, pero debía querer que se lo dijera de palabra, porque por más que le enseñara las tres perchas no se daba por satisfecha. Finalmente nos entendimos y entré. Pero hete ahí que tuve que volver y está vez pensé, ahora no me pillas, bonita, y fui por el pasillo repitiendo una frasecilla preparada con la que iba a parecer casi aborigen. Me planto a su lado, se la suelto… y me dice otra cosa ininteligible. Ella se lo pasaba genial, claro, pero yo no hacía más que decir que lo sentía mucho, que no la entendía. Al final parece ser que quería decirme que entrase sin cartelito, porque ya, total, con la hora que era no me iba a poner pegas. Acabamos riéndonos las dos, porque realmente el tema no tenía importancia, pero lo malo es que esto me ocurre continuamente. Estoy desarrollando una habilidad pasmosa en la búsqueda rápida de palabras en el diccionario, pero es que para reaccionar a tiempo y dignamente tendría que tener mejor memoria fotográfica.

Pues bien, para parecer luxemburguesa hay que ser más rápida, pero hay pequeños trucos que te pueden ayudar. El más importante consiste en despedirte muchas veces. Cuando vas a una tienda tienes que decir “au revoir, madam, merci beaucoup, bonne journée”, así, todo seguido y muy rapidito, nada de dormirse. Pero eso no servirá de nada a menos que lo digas cantando y con la entonación cursililla adecuada. Ganas aún más puntos si la persona a quien saludas está masticando algo (aunque sea un chicle) y aprovechas para añadir “bon apetit”. Esto lo tengo casi controlado, aunque a veces me sorprenden con fórmulas distintas e incluso más largas, y no paro hasta averiguar qué demonios me han dicho además de toda esa retahíla.

Inquilina, por fin

Bueno, ya tengo casita. Es un estudio de 33 metros, pero la verdad es que cunden bastante. Para empezar, tengo una cama de 1,80 m; es casi cuadrada, puedo dormir atravesada o incluso en diagonal. Está muy bien, aunque no me lo pareció cuando volví de Alcampo (Auchan, aquí) cargadita con sábanas, cubrecolchón, almohadas y demás accesorios diseñados para camas de 1,60 m y comprobé que por mucho que estirase no había forma de que entraran. Pero es que yo no sabía que existieran plazas de toros para hacer las veces de cama.

Aparte de la megacama parecería que no cabe nada más. Pues sí, tenemos también una cómoda, un sofá de dos plazas, una mesa baja bastante grande también, una mesita cuadrada y dos sillas. Hay un armario empotrado que resulta suficiente gracias a la cómoda, porque es más bien tipo zapatero.

La cocina está muy bien aprovechada y es más que suficiente, pero es el baño es lo que me va a proporcionar un cuerpo danone; no porque tenga sauna, sino porque apenas quepo. Tengo que cerrar la puerta para entrar en la ducha y abrirla para coger la toalla y así. Bueno, la verdad es que exagero un poco, pero es que al lado de esa cama todo parece diminuto…

Al menos la cama es cómoda, la cómoda es útil, a pesar de que los cajones no abran demasiado bien y el agua sale calentita y con fuerza. No es que el apartamento estuviera inmaculado, pero no tuve que limpiar tanto como me temía. La tele no funciona pero me da un poco igual esperar a que me la arreglen porque, total, la mayoría de las cadenas no las entiendo y las que puedo pillar son casi tan horribles como la TVE internacional. Esta solo se salva gracias a los informativos y al programa de Ramón García y sus bolos humanos, elemento característico de la España cañí que aquí no deja de tener su gracia.

Lo divertido es la lavandería y el trastero. Parecen escenarios de una película de terror. Eso me va a servir para hacer amigos, porque esperaré agazapada en el rellano hasta que vea bajar a algún vecino con la colada; de otra forma no bajo ni loca. Al menos mi lavadora está nuevecita, porque eso sí, cada vecino tiene la suya y pone su nombre, para que nadie se confunda.

La puerta del trastero la abrí y seguidamente la cerré con mucho cuidado, porque no me dio demasiada buena pinta; lo intentaré de nuevo cuando venga Félix, porque a lo mejor me dejé llevar por recuerdos de imágenes de alguna de esas pelis a las que absurdamente califican como de terror juvenil (como si el terror tuviera edad, como si a esos efectos fuesen relevantes los años de la niña que acaba con la cabeza colgando…).

En resumen, que voy a lavar más bien poquito, sólo los días que libre por la mañana. Me tendré que comprar mucha ropa, y de usar y tirar… Buena idea.