Silvia en Lux

Aprobé unas oposiciones para la Unión Europea y me mudo a Luxemburgo, ¡qué bien!............. ¿¿¿QUÉ BIEN??? Aventuras y desventuras de Silvia en las europas

02 febrero 2006

Cursos luxemburgueses

Hoy he asistido a un curso realmente soporífero. Pensaba que ya había llegado al límite de aburrimiento en los cursos obligatorios con los que castigan a todos los novatos para que si se arrepienten de haber buscado trabajo aquí, lo hagan pronto. Pero no; los cursos voluntarios, que se suponen más profesionales, son igualmente memorables (al menos los que he hecho hasta el momento).

El de hoy iba de presupuestos. Durante la primera hora tuve que hacer esfuerzos titánicos por mantener los ojos abiertos. Me consolaba ver frente a mí a un jefe de unidad, al que conozco bien, que dormía plácidamente sin el más mínimo aparente remordimiento.

Yo esperaba un curso práctico, pero este fue más bien un ladrillo. La documentación era aburrida e incomprensible y los ponentes, aunque bien intencionados, nunca deberían haber salido de sus respectivos despachos. Cada uno vale para lo que vale ¿o no? Estos se limitaban, como hacen muchos, a leer las dispositivas y a responder confusamente a las preguntas también confusas que hacían los pobres oyentes despistados.

Al menos los cursos de novatos están diseñados para inteligencias inferiores a la media normal, por lo que uno se entera; se aburre, pero se entera. Estos eventos, que suelen ser multitudinarios, son en realidad una excusa para promover la socialización de las nuevas incorporaciones. Tiene algo positivo, porque conoces gente y a la larga consigues extraer información útil.

El más característico de los cursos para novatos es una joya de la imaginación cuyo programa asusta un poco, ya que hace pensar que uno de pronto pertenece a una secta en la que sus acólitos deben considerarse una gran familia. Ese prodigio dura cuatro días completos, en los que se analizan condiciones de trabajo, se hacen teatros (performances, vaya) representando cómicas situaciones laborales, aquellas que si te ocurren algún día te dejan en la miseria, se comentan ñoñerías como aquella de si uno prefiere colegas masculinos o femeninos, o qué ocurre si alguien se lía con otro del mismo departamento. Grandes cuestiones filosóficas de la humanidad.

Por supuesto, todo ello se hace en grupos, y aquí viene el chiste: “Un francés, un inglés y un español…” Solo que con los tiempos que corren por aquí la situación ha cambiado un poco y ahora es “Un lituano, un eslovaco y un húngaro…” Porque en la lista de asistentes soy casi la única que tiene un apellido legible para un ibérico.

Los cursos de idiomas, en cambio, están muy bien. Esta semana terminé un nivel de inglés, la próxima comienzo un semi-intensivo de francés y cuando acabe éste, volveré al inglés. Pronto dominaré el Frenspanglish. ¡Qué divertido!

08 enero 2006

Gateau des rois


Hoy hemos comprado un Gateau des Rois para probar el roscón de reyes versión luxemburguesa. Es diferente del nuestro, yo creo que bastante más rico, pero también lleva una figurita en el interior y quien la encuentra puede colocarse la corona en la cabeza con orgullo. En este pastel sin embargo, no hay haba para que algún desgraciado tenga que costear el pastelito. Félix tuvo curiosidad por saber algo más acerca de los orígenes de esta tradición. Y esta es la historia.

Roscón de Reyes


Este dulce, uno de los más antiguos de Navidad, tiene un origen pagano. El Imperio Romano celebraba la llegada del año nuevo el 1 de marzo. Los romanos atendían a las leyes del tiempo, porque al llegar la primavera desbordaban de vida árboles y plantas, y la luz aumentaba, lo que hacía creer que comenzaba un nuevo ciclo anual. En aquellos tiempos, desde mediados de diciembre a finales de marzo tenían lugar las fiestas de invierno, durante las cuales Roma celebraba la protección de sus dioses. Años más tarde la Iglesia logró cristianizar esas fiestas paganas superponiendo la fecha del nacimiento de Cristo al solsticio de invierno. Con motivo de aquellas fiestas se elaboraban unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel que se repartían entre plebeyos y esclavos. En su interior se introducía una haba seca y al afortunado al que tocaba la legumbre era nombrado rey de reyes durante un corto periodo de tiempo. Hacia el año 1000 la Iglesia había logrado transformar el espíritu primitivo de la fiesta de tal modo que en diversos lugares de Francia la figura del "rey haba" recaía sobre el niño más pobre de la ciudad. Felipe V importó en España esta tradición del rosco como culminación de las fiestas de Navidad, desprovisto de todo simbolismo y cubierto de
frutas escarchadas con alguna sorpresa escondida en su interior.

Más idiomas no, gracias

Hoy hemos ido a un restaurante italiano que queríamos conocer desde hace mucho tiempo porque está siempre lleno hasta la bandera. Nos parecía que debía ser una maravilla, dada la gran afluencia de público que encontrábamos allí cada día. En varias ocasiones habíamos intentado entrar y no había habido forma, pero hoy el maitre (un auténtico maitre) nos ha dicho que podíamos volver media hora más tarde y que entonces nos daría una mesa. Así hicimos y por fin conseguimos comer allí. El ambiente del restaurante era curiosísimo, más que un sitio de comidas parecía un club social, todos se conocían y se daban besos (algunas veces dos, otras tres y, en alguna ocasión, hasta cinco). Me daba hasta envidia, y me quedé con ganas de saber qué era lo que había que hacer para ser cliente habitual de este lugar tan poco luxemburgués, en el que la gente hablaba alto y se besaba de forma nada habitual en esta tierra.

Ahí estábamos Félix y yo, alucinados, observando al personal, al camarero simpático que le daba collejas a los niños, a los dos maitres (dos tipos casi iguales) insistiendo en colocar el abrigo a cada cliente, a las visitas que se hacían los comensales de unas mesas y otras… Era como estar en otro mundo. Para colmo, los clientes eran de lo más variopintos, había señoras mayores encopetadas de los pies a la cabeza, familias enteras con un aspecto mucho más sencillo, parejas jóvenes, e incluso jovencísimas, otras parejas mayores y bastante elegantes. Y los maitres daban besos sonoros a todos, sin distinción y la gente se saludaba de una mesa a otra como si se conociera de toda la vida.

Intentábamos encontrar un motivo para ese ambiente festivo, pero, la verdad, no se nos ocurría. En un momento dado, pensamos que incluso podría tratarse de una comunidad italiana o similar y Félix sugirió algo así como que sería bueno aprender un poco de italiano. Ufff, es lo que me faltaba, bastante tengo con el inglés y el francés. Menuda ironía, con lo mal que se me han dado siempre los idiomas, ahora me veo viviendo aquí, en esta torre de Babel, donde a veces para ser aceptado deberías hablar francés, otras luxemburgués, y tal vez un poco de portugués en según qué barrios. Italiano no, gracias. O por lo menos, no en esta vida.

Glécklecht neit Joër


O, lo que es lo mismo, feliz año nuevo, que el título raro de este blog está en luxemburgués. Hola otra vez, después de la larga pausa navideña. Da pereza empezar con la rutina, a pesar de todos los buenos propósitos de año nuevo, pero es el momento adecuado para hablar de las tradiciones navideñas, antes de que se me olviden por completo.

Es curioso lo diferentes que son las tradiciones de Navidad en cada región. Por ejemplo, en Bélgica trae los regalos San Nicolás que, al parecer, viene en barco desde Madrid… Sí, he escrito bien, este señor, que tiene pinta de Obispo flacucho, navega cada año desde Madrid, aprovechando los charcos, para llegar el 6 de diciembre puntualmente a las casas de los niños belgas cargado de regalos. En Francia, Santa Claus, el tradicional, el gordito del gorro rojo, es el que viene el 24 de diciembre, y también en Alemania. En Luxemburgo, este país compuesto de influencias de aquí y de allá, imagino que hay de todo y que San Nicolás, Papá Noel y los Reyes Magos son ya amiguetes y se encuentran cada año en la plaza Guillaume para tomar un vasito de vino caliente.

Hablando de vino caliente, esta es una de las cosas típicas que uno puede tomar en un mercadillo navideño. En el de Trier es lo único que se puede tomar, lo hay con alcohol y también sin él, en versión infantil. Además del vino, se pueden encontrar salchichas, hamburguesas, galettes de pommes de terre (una especie de masa frita de patata y cebolla que nos ha gustado mucho), brochetas de fruta cubiertas con chocolate, gofres y todo tipo de chucherías.

A pesar de que los habitantes de cada país defienden que su mercadillo es mucho mejor que los demás, son bastante parecidos, si bien hay que reconocer que los alemanes son más alegres y están mejor decorados. En todos ellos hay puestos de comida, otros de adornos navideños y luego algunos otros con artículos de regalo de lo más variado, en los que se pueden encontrar desde cajas de madera hasta gorros de lana. En fin, que están muy bien y que a ver quién se anima el año que viene.

11 diciembre 2005

Si hoy es martes, esto es Bélgica


Julia, Julio y Rocío han venido a Luxemburgo para pasar con nosotros el puente de diciembre y, a pesar del frío y de los madrugones imprescindibles para llevar a cabo el plan de viaje diseñado por Félix, nuestro guía favorito, hemos pasado unas vacaciones excelentes.

El sábado pasamos la tarde en Luxemburgo, viendo el mercadillo de Navidad y paseando por el centro de la ciudad. Ya os contaré algo más de los mercadillos, porque merecen una atención especial. Más tarde cenamos en la Maison Bereber, uno de nuestros restaurantes favoritos. Ahí comprobamos que era mejor ir habiendo ayunado antes durante tres días completos, porque los platos eran tremendos, y el cuscús de Rocío, de antología.

El domingo fuimos a Trier, dando un pequeño rodeo por Mullerthal y Echternach, visitando lo que aquí llaman “la petite Suisse”. En Trier había también, como no, un mercadillo navideño, que compite cada año con los franceses y luxemburgueses. Había que reconocer que el de Trier era bien bonito y estaba muy animado.

Ahí probamos por primera vez el vino caliente (que al principio está horroroso, pero luego entra que da miedo), las salchichas y los plátanos bañados en chocolate. Tras ponernos morados dimos un pequeño paseo por la ciudad y volvimos a Luxemburgo para descansar un rato antes de ir a cenar unas ensaladas en un bar cerca del hotel.

El lunes estos chicos se fueron a Vianden y a Clervaux lo que me causé una gran envidia, ya que me lo perdí, porque tenía un curso, Al menos, Félix se llevó la cámara, para traerme documento gráfico de recuerdo. Esa noche fuimos a cenar a un restaurante alsaciano acompañados de mi amiga Paloma.

El martes estuvimos en Bélgica, visitando el monasterio de Orval y Buillon. El monasterio de Orval nos gustó. Sin embargo, lo que nos condujo allí no era solo el afán de conocer la vida monástica, sino sobre todo la perspectiva de degustar la cerveza que hacen allí los monjes, o más bien, que empezaron a hacer, ya que ahora se ha convertido en un negocio que dista mucho de ser artesanal, acompañada de un queso de la región. Y de degustaciones nada. No nos dejaron ni olerla, así que cabizbajos nos fuimos a comer a Buillón, donde sí pudimos probar la cervecilla y ellos -yo, desde luego, ni muerta- un queso apestosísimo que pareció gustarles bastante.

El laberíntico castillo de Buillón nos sorprendió. Fue una visita muy interesante en la que recorrimos innumerables pasillos. Finalmente, fuimos a Redu, la villa de los libreros, pero no fue buena idea ir entre semana y en invierno, así que decidimos marcharnos y volver en otra época más animada.

El miércoles tocaba Francia, aunque tomamos un desvío para recorrer parte de la ruta del Mosella antes de llegar a Metz. Fuimos parando en los pueblos que nos llamaban la atención, como Wormeldange y Remich, y disfrutando del paisaje, ya que es muy curioso, a pesar de que las viñas estén peladas en esta época del año.

Finalmente llegamos a Metz, que es una ciudad preciosa, una especie de París en pequeñito y, como no, llena de mercadillos navideños.




Esa noche fuimos al concierto de Yann Tiersen, un individuo que nos había engañado con la banda sonora de la película Amelie y que nos deleitó con una música un pelín estridente. Los Julios aseguran que es gustó, aunque yo no lo tengo nada claro. Creo que antes de comprarle el próximo disco al pollo lo escucharé con atención.

El último día nos quedamos en Luxemburgo, paseando por la ciudad. Ni siquiera esa última jornada tuvimos la suerte de ver salir el sol; llovió sin parar todos los días y justo paró cuando ellos se marcharon. Y si os cuesta creerlo, mirad la foto de la Petrusse, tomada esta misma tarde.

Después de comer acompañamos a nuestros amigos al aeropuerto. Ellos se iban muy contentos, pero a mí se me saltaron dos lagrimitas. Gracias por la visita, amigos, espero que la repitáis pronto. Ah, y gracias por el jamón, que ha sido un detallazo muy sabroso.

17 noviembre 2005

Un paseo por la Costa Azul

El viaje a la Costa Azul ha sido mucho más cómodo que el anterior. El vuelo salía de Luxemburgo y tardaba una hora y media escasa en llegar a Niza. Es, por supuesto, bastante más caro que viajar desde Frankfurt, pero la diferencia no está solo en el precio, En Luxemburgo puedes llegar incluso media hora antes de la hora de salida y aún así eres el primero en embarcar.

Ese día no podía hacer mejor tiempo, así que el vuelo fue muy agradable. No había apenas nubes y podían verse los Alpes perfectamente.

Desde el hotel teníamos una vista maravillosa, estuve como loca haciendo fotos desde el balcón y esperando a Félix, que estaba venga a llamar a la puerta de la habitación mientras yo disfrutaba del paisaje. Había gente bañándose en la playa y, para una aspirante a luxemburguesa, eso es inaudito.

El centro de Niza es precioso; parece una ciudad italiana, con calles estrechas y edificios sencillos. Todo está lleno de bares; sobre todo de pizzerías que, mira que me gustan, pero pasarán algunos días antes de que me apetezca pisar otra, ya que pizza es casi lo único que se puede comer allí. He seleccionado unas cuantas fotos de Niza.

El fin de semana nos fuimos de excursión a Mónaco, pasando por otros cuantos pueblos de la costa. Los paisajes son impresionantes y el paseo mereció la pena.

Mónaco definitivamente no es mi lugar preferido. Creo que es interesante conocerlo, porque no se parece en nada a ningún otro lugar (que yo haya conocido, claro). Es como un decorado, no parece de verdad. Lo que impresiona de Mónaco, además de los cochazos, es el lugar donde está ubicado. Me gustó más verlo desde lejos, por la noche, es grandioso.

Nos acercamos al casino, que es visita obligada, y nos cobraron 10 euros por cabeza solo por entrar, así que jugamos a la ruleta con el fin de recuperarlos y tras conseguirlo, abandonamos rápidamente para no perder la suerte del principiante.

No lejos de Mónaco está Mentón, que es un pueblo bastante grande en el que hay un cementerio arriba del todo con unas vistas estupendas (desde donde están tomadas las fotos).

Rocabrune es un pueblo de piedra muy sorprendente. Su castillo (el castillo de los Grimaldi) está perfectamente conservado, así como el resto de las calles y de las casas. Realmente merece la pena verlo.

Finalmente, Eze fue lo que más nos gustó. Es parecido a Rocabrune, pero aún más bonito. Es un pueblo de artesanos en el que cada casa es un taller. Tiene un jardín exótico lleno de cactus y de esculturas de mujeres con unas vistas increíbles.

05 noviembre 2005

Aventuras de bajo coste

Con motivo del viaje a Dublín que hicimos Félix y yo en el puente de noviembre (vosotros no lo tenéis, je, je… aunque os desquitáis en diciembre) tuve la oportunidad de probar uno de esos vuelos de bajo coste que, además de ahorrarme un dinerito me ha dado tema para un blog... O para varios, aunque resumiré, para no repetirme.

El vuelo salía de Frankfurt Hahn a las 10:00 de la noche pero, aunque había un autobús que salía a las 7 y llegaba sobre las 9 o algo antes, me recomendaron insistentemente que tomase el anterior. Estos alemanes son muy cuadrados, me dijeron, cierran el embarque 40 minutos antes de que salga el vuelo y si el cierre te pilla haciendo cola te quedas en tierra. Así que, ante la perspectiva de dejar a Félix esperando en el aeropuerto de Dublín cual Penélope, decidí no arriesgar y reservé asiento en el bus de las 5:30.

El autobús, que también es de bajo coste -empresa propiedad de la propia compañía aérea, que se lo ha montado de cine con los luxemburgueses ávidos de tarifas baratas-, nos dejó a las 7:30 bastante a tomar viento de la entrada del aeropuerto. Y, maletas en mano, fuimos en rápida peregrinación hasta allí. Íbamos muy deprisa, yo no sabía por que corría, pero era inevitable. Todos lo hacían, y nos contagiábamos unos a otros. Las ruedas de las maletas hacían un ruido frenético racaracaraca, que te incitaba a correr más y más.

A las 7:45 estaba en la cola de facturación. Había conseguido una digna quinta posición. Estaba con un compañero de trabajo que me corroboró lo de que o corres o te quedas. Aún quedaban 15 minutos para que abrieran los mostradores, así que me alegré de no estar sola.

Tras dejar por fin la maleta tuvimos un rato de calma en el que pudimos tomar una rica cerveza y otra más tras la puerta embarque. Pero, de pronto, por alguna razón que no acierto a comprender, los cientos de pasajeros del avión con destino a Dublín -más gente que en El Corte Inglés-, se pusieron espontáneamente a hacer cola, con gran interés. A mí el rápido y ladino movimiento de mis colegas me pilló desprevenida pero, afortunadamente, delante, así que una vez más el tema me salió bien y pude entrar de los primeros, ya que mi amigo iba acompañado de su hija, y como los niños pasaban primero, me colé, del tirón.

En el viaje de vuelta pude comprobar que el afán de hacer cola es solo una muestra de histeria colectiva. Entonces me negué a estresarme y no entré la primera, ni me puse de pie con excesiva antelación y, a pesar de ello, encontré sitio con gran facilidad. Yo que de por mí soy bastante histérica, me alegre de coincidir con tanta gente que me superaba.

En Frankfurt tuve que esperar al bus de las 23:15, y como mi avión llegaba a las 21:45 me tocó tomarme otra cervecita y encontrarme, afortunadamente, con una amiga, por lo que las dos horitas de viaje se me hicieron mucho más agradables.

Ella vive cerca de la estación, así que se iba andando a casa; yo, en cambio, que de día encuentro que mi casa está muy cerquita de allí, siendo de noche y con la niebla que había decidí que estaba lejísimos y me fui a la parada de taxis. Allí había una pareja de nacionalidad indeterminada, que hablaba inglés, soportando a un abuelete que les intentaba convencer de que el inglés era un idioma feo y estúpido y que lo que había que hacer en esta vida era hablar francés. Ponía gran pasión en la defensa de este idioma como lengua común de la humanidad.

Cuando la pareja encontró un taxi, con gran alivio por su parte, me dejo como herencia al viejín. Por un momento creo que estuvieron a punto de invitarme a compartir el taxi para no dejarme allí, a merced de Napoleón, pero al final se marcharon, para gran satisfacción de mi coleguita. Teóricamente él también esperaba un taxi, pero para mí que lo que el pobre buscaba era sólo conversación, de modo que iba dejando pasar a todos para quedarse charlando con el siguiente. Le encantó que le dijese que era española; él conocía Torremolinos como la palma de su mano, como me dijo, gesticulando mucho para que lo entendiese bien, y me miró con orgullo cuando chapurree mi básico francés (cualquiera sacaba el inglés a relucir…). Me contó que llevaba 40 años en Luxemburgo mientras me daba insistentemente golpecillos en el brazo. Por supuesto, me cedió el siguiente taxi, cuyo conductor era un chaval al que estuve a punto de pedir el carné de identidad antes de irme con él. Casi no me dio tiempo a pensarlo, puesto que me llevó volando a casa, qué digo volando… iba haciendo el caballito por la avenida de la Libertad. Menos mal que la vida nocturna en Luxemburgo a las dos de la mañana es escasa.

Besé el suelo de casa (figuradamente, ya que hacía tiempo que no lo limpiaba), contenta de haber superado tantas pruebas y sin dejar de pensar en el pobre Napoleón, que seguiría dándole la paliza a los de la cola.

Dublin - Publin


Los pubs de Dublín son dignos de mención. Fuimos a varios de los recomendados en las guías y a alguno más. Yo diría que son una de las mejores cosas de Dublín… y no sólo por la Guiness, que también, sino sobre todo por la música y el ambiente. Aunque debo decir, no obstante, que me costó un poco acostumbrarme a la masa de gente que pulula por Dublín a todas horas. Para una paleta luxemburguesa como yo, la densidad de la población puede llegar a suponer un problema. Afortunadamente contaba con Félix, que me hacía cerrar la boca y moverme cuando me quedaba bloqueada en Grafton Street en un ataque súbito de claustrofobia.

Bueno, a lo que iba. El mejor de los pubs al que fuimos, totalmente aconsejable, fue el O’Donoghues. El camarero, como puede verse en la foto, se sube a la barra para poder atender a todo el que llega, y en uno de los rincones hay una mesa reservada a los músicos. Probablemente no serían profesionales, pero fue la mejor música que escuchamos en Irlanda. Se van turnando, e improvisan constantemente; uno de ellos empieza a tocar una melodía y los demás se van uniendo, hasta montar una auténtica fiesta. Nunca faltan Guiness en la mesa.

El O’Donoghues es un pub con solera que vio nacer nada menos que a los Dubliners, como recuerdan docenas de fotos en todas las paredes. Es visita obligada en Dublín, al igual que la Storehouse de Guiness. Por cierto, ¿sabéis que la Guiness tiene mucho hierro y es excelente para la salud? Yo he vuelto como una pera.

23 octubre 2005

La amenaza del frío pelón

Ayer fui a comprarme algo de ropa porque me veo un día de estos poniéndome todo mi armario en capas sucesivas. Había decidido comprar uno de esos cacharros impermeables con forro polar de quita y pon que venden en las tiendas de deporte así que, acompañada de mi nueva amiga Paloma, luxemburguesa de adopción, como yo, fui a un centro comercial de las afueras con la esperanza de conseguir un precio mejor que en las tiendas del centro de Luxemburgo, que son para funcionarios del grupo A por lo menos.

Encontramos una tienda bastante surtida en la que había toda clase de prendas para nieve y montaña. Yo nunca había tenido una de esas, así que andaba un poco perdida, sin saber si lo que me estaba probando era más bien apropiado para perderse en los Alpes y ser rescatado al cuarto día. Para colmo, en la tienda hacía calor, con tanto foco y, entre eso, y el rato que llevaba vestida de muñeco Michelín, no podía valorar la utilidad de esos trastos con objetividad.

Afortunadamente Paloma habla francés, así que le preguntó a la dependienta si eso que yo llevaba puesto (un forro de un material tipo neopreno con pelillo por dentro) resistiría el invierno luxemburgués. La chica nos miró y entendí algo así como que, a menos que te forrases bien por dentro, eso sería poca cosa.

Después de poner a prueba la infinita paciencia de Paloma, que tuvo la amabilidad de no hacer ni medio gesto de impaciencia, me decidí por un cacharro impermeable con forro polar, a un precio bastante aceptable. En ese momento, la dependienta, que pasaba, me miró e hizo un gesto de aprobación que yo interpreté como un “así sobrevivirás”... Socorro.

Esa misma tarde empecé a comprobar los radiadores de la casa, que funcionan con total aleatoriedad y con gran falta de respeto hacia mi persona. Mañana llamaré a los de mi agencia inmobiliaria, a ver si descubro de una vez a cambio de qué oculto servicio me cobraron los 800 euros.

Mucho me temo que me tocará pelear otra vez, así que os dejo, que tengo que prepararme un discurso en francés, el vocabulario relativo a la calefacción y aprender la expresión “la madre que te parió”.

Luxemburgo inédito

Hoy ha amanecido lloviendo mucho y estaba dudando entre calzarme las botas y el gorro de lluvia y salir a pasear, o quedarme en casita viendo llover desde la ventana. De pronto, salió un sol estupendo que iluminó la habitación y pensé, pues me voy; al poco se volvió a nublar y pensé, pues me quedo.

Y después de dudar más que Hamlet en sus mejores momentos pensé que en esta ciudad era una absurda tontería planear hacer algo en función del tiempo, que es más variable que los argumentos de Zaplana. Así que deje de pensar, agarré las botas, el gorro y la bufanda y eché en la mochila la cámara de fotos, las gafas de sol, el MP3, un cuaderno y un boli y salí, dispuesta a recorrer el Luxemburgo inexplorado.

Me habían hablado de un tortuoso camino que conducía hasta la Abadía de Neumünster, que es uno de mis lugares favoritos, así que me dirigí hasta allí, camuflada entre turistas japoneses y empeñada en superarles en número de fotos por minuto.

Efectivamente, el camino es bonito, es una empinada cuesta que conduce hasta el Grund, la parte baja de la ciudad. Aquí abajo se está estupendamente. Estoy sentada en un banco, a la orilla del río, viendo pasar a los patos por el agua y a la gente por el puente.

También veo a una chica en la casa de enfrente, regando las plantas en el jardín y vestida con pantalones cortos y camiseta de tirantes. Señor, yo llevo gorro, bufanda y abrigo y me arrepiento de no haber cogido los guantes... Inmediatamente miro a mi alrededor y me consuelo al ver que hay mucha más gente con gorro, o sea que no soy yo sola la que padece el frío luxemburgués, a pesar de mi fama. Ah! Se acaba de poner un jersey, la cobarde. Ya me parecía a mí.

09 octubre 2005

Locos bajitos

Tengo un colegio enfrente del trabajo. Cada día, cuando suena el timbre que anuncia la hora de salida al recreo esos monstruos hiperactivos salen en tropel y gritan como locos. Me encanta oírlos pegar voces así, sin motivo aparente. Ayer observaba desde mi ventana a una niña que mientras corría en círculos gritaba sin parar, como si se hubiese vuelto loca, y me dio mucha envidia, pensé que a mí también me gustaría poder hacerlo a veces sin que nadie llamase a la policía.

Cuando suena el timbre que anuncia el final del recreo es todavía mejor, porque en ese momento todos gritan a la vez; es como la campana de la última bebida en los pubs londinenses: hay que aprovechar. Último grito, señores clientes, aprovechen ahora, es su última oportunidad. Luego tendrán que sentarse en una silla y soportar aburridas explicaciones durante interminables horas.

Y entonces, a los treinta segundos de que suene el timbre, me vuelvo a quedar en silencio y no tengo más remedio que seguir trabajando.

(La foto fue tomada durante un concierto en la fiesta medieval de Luxemburgo. La niña tiene poco que ver con mis vecinos del colegio, pero me encanta su pinta tan medieval)

El Quijote en Luxemburgo

A pesar de que ha llegado el otoño hay días tan soleados como el de hoy. Los residentes en Luxemburgo dicen que aquí también se nota el cambio climático, que ahora el invierno dura un poco menos y el verano se alarga como si no quisiera desaparecer del todo. Hoy el día amaneció con una niebla densa que apenas me permitía ver el edificio de enfrente, y que tardó bastante en levantar. Pero una vez desaparecida la niebla ha quedado un día estupendo. La foto fue tomada a la 1 de la tarde. Lo que si se empieza a apreciar son los colores del otoño, los amarillos, ocres, rojizos.

Ayer contacté con el Círculo Español Antonio Machado, un grupo no demasiado numeroso de españoles, bastante adaptados a la vida luxemburguesa que, de vez en cuando, realizan actividades como presentaciones de libros, cursos, actuaciones, etc. Esta vez se reunieron para la presentación del libro El hidalgo fuerte, que presenta siete interpretaciones del Quijote, hechas por autores españoles, luxemburgueses, franceses e incluso un iraquí, que afirma que el personaje de Cervantes tiene bastantes semejanzas con Mahoma.

No soy una experta en el tema, ni mucho menos, pero la conferencia me pareció interesante e incluso me dieron unas ganas locas de leerme el Quijote. Quedaría mejor si dijese “releerme” el Quijote, pero tengo que reconocer que nunca lo he leído entero; muchos de vosotros tampoco, no mintáis. Creo que somos muchos los españoles que lo hemos leído por trozos, gracias a los aburridos y repetidos comentarios de texto que tuvimos que hacer en el colegio. Tal vez el próximo año sea el momento de empezar su lectura, cuando ya acabe el centenario y uno pueda pasearse con el libro bajo el brazo sin tener que excusarse por haberse sumado al furor cervantino oportunista de este año.

Para terminar, una frase de Borges (que no se diga que solo cuento chorradas):
¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios.

04 octubre 2005

Ya ha llegado el otoño


Es la comidilla de la oficina; todo el mundo lo comenta, ya ha llegado el otoño y empiezan los días grises y tristones. Pero a la vez todos dicen que el otoño es precioso en Luxemburgo, que los árboles se ponen de todos los colores y que el paisaje se vuelve muy diferente. Ya estoy deseando verlo y salir con mi cámara para hacer las mismas fotos de siempre bajo otra luz.

Ha empezado a hacer frío, pero todavía no es algo exagerado. “Espera y verás” me dicen, que cuando cae una nevada no se van los restos hasta muchas semanas después. Los luxemburgueses más acérrimos también dicen que el invierno es bonito y que la Pétrusse, justo la zona donde yo vivo, es digna de ver. El tamaño de los radiadores de mi casa debe ser una prueba del frío que debe hacer en este país y, a pesar de ser tan friolera como de sobra sabéis todos los que me conocéis, estoy deseando ver la nieve. Eso sí, ya ando mirando los escaparates de las tiendas de ropa y echándole el ojo a la gran variedad de orejeras, gorritos, bufandas y bragas de cuello alto. Todavía no he visto fundas para la nariz, aunque si no las hay aquí tendré que patentarlas de una vez.

02 octubre 2005

Gracias, amigos

Poco antes de trasladarme a Luxemburgo unos buenos amigos me regalaron un estupendo jamón. Tras largas discusiones acerca de la intendencia y de la logística del traslado del susodicho a mi humilde morada de emigrante ayer por fin Félix me trajo los primeros trozos (cortados y envasados al vacío, qué le vamos a hacer).

Hace un momento lo hemos abierto y catado y nos hemos acordado de vosotros con lágrimas en los ojos. Gracias, amigos, gracias por esta delicia. Esos sí, tengo que vigilar a Félix de cerca porque con aquello de “no te preocupes, reina, que yo lo corto” cada vez que asoma desde la cocina lo hace moviendo el bigote, y eso le da una ventaja que no estoy dispuesta a asumir, que para eso soy la expatriada.

Siguiendo con temas culinarios, nosotros nos dedicamos a patear restaurantes con un único afán investigador. No es que nos guste, lo hacemos por vosotros, para poder recomendaros buenos manjares cuando vengáis a vernos. Anoche estuvimos en la Maison bereber, que como su nombre indica, es un restaurante marroquí estupendo. El lugar nos trajo recuerdos de nuestro viaje por Marruecos, aunque realmente no nos hace falta comer ricos tajines para acordarnos de lo bien que lo pasamos por aquellos lugares con gente tan estupenda. Estamos deseando establecernos para volver a las andadas y seguir haciendo todos los viajes que sea posible.

Esta mañana hemos ido a un restaurante alsaciano, uno de nuestros preferidos en Luxemburgo. Ahí fuimos a celebrar mi primera entrevista y repetimos la visita de vez en cuando.

Continuaremos con las excursiones gastronómicas, pero recordad que siempre lo hacemos por vosotros.

25 septiembre 2005

Domingo de paseo


Los domingos son días de paseo. No se puede hacer otra cosa más que comprar el periódico y deambular por las calles. Llama la atención el tiempo que duran las campanadas de las iglesias, se tiran media mañana sonando. A Félix le hace mucha gracia, dice que parece que están llamando a los fieles uno a uno “tú, sí, el de la camisa a rayas, anda pa’dentro, que he visto que te querías escaquear…” Pero a mí me gusta el soniquete de las campanas y de los carillones, aunque a veces desafinen un poco.

Otra curiosidad de la ciudad es el tiempo que tardas en cruzar un semáforo. Por supuesto, si no le das al botón ese de “peatón pulse” , que yo siempre pensé que estaba de adorno, no es solo que tengas que esperar; es que no se pone verde nunca. Así que si ves que tu autobús está en la parada de la acera de enfrente no te molestes en correr, ya lo has perdido. Y no se te ocurra cruzar por las buenas porque aquí, los luxemburgueses corren que se las pelan. Uno no se puede arrimar a la calzada así como por despiste; tiene que tener cuidado de retraer los dedos gordos de los pies, por lo que pueda pasar. Parece el escenario de Starsky y Hutch: precisamente hoy he visto a la policía en plena acción, algo que realmente no es habitual, y las ruedas chirriaban en las curvas como en las películas.

Eso sí, ven un paso de cebra y frenan vayan a la velocidad que vayan. A veces uno hasta se siente culpable de ocasionar ese gasto de neumáticos por el simple hecho de querer cruzar la calle.

Hoy, como todos los días libres que tengo, he agarrado mi cámara de fotos y he hecho unas cuantas. Creo que Luxemburgo está en el ranking de ciudades más fotografiadas gracias a mí y a las hordas de japoneses que llegan cada fin de semana. Siempre hago las mismas fotos, pero es que el paisaje de Luxemburgo me gusta mucho, y cada día me parece diferente. Hoy he seleccionado algunos de mis rincones favoritos. Hasta la próxima.

24 septiembre 2005

Funcionarios

Por fin tengo teléfono. Me ha costado lo suyo, no creáis, malditos aborígenes. La gente de este país es maja, la verdad, no puedo decir otra cosa, pero tienen completo el cupo de funcionarios clásicos, en el sentido más peyorativo de la expresión. Puede que el prototipo de funcionario amargado, poco comunicativo, vago hasta la desesperación y malencarado viene a suponer un uno por ciento, pero yo he tenido que lidiar con toda la muestra al completo.

Fui a solicitar línea telefónica y tuve que volver a las dos semanas, porque no había recibido respuesta. La segunda vez fue casi peor que la primera, la cara de perro del funcionario era aún más evidente. Yo me había preparado mis frases mágicas, como viene siendo habitual, y él me entendía, pero yo a él no; y en lugar de intentar explicarse con otras palabras me repetía lo mismo un poco más alto cada vez. Tengo que aprender a decir “eh, que no soy sorda” la próxima vez que tenga la mala suerte de tener que abordar otra gestión administrativa.

Finalmente conseguí que me dieran día y hora para la instalación de la línea. El técnico no era muy amable, pero al menos llegó puntual y se fue pronto, no sin antes quejarse de que el enchufe del teléfono estaba en un sitio muy malo. La verdad es que tenía razón; está entre la cama y la pared, por lo que ahora parece que estoy castigada mirando al rincón cuando quiero conectar el ordenador a la red. He comprado un cable más largo, pero aún así no llega a donde yo quisiera.

En fin, volviendo a lo que estaba, el señorín tenía que meterse en el hueco que había entre la cama y la pared, pero sus características físicas (su barriga, para qué andar con eufemismos) le impedía agacharse y menos aún en un sitio tan estrecho, por lo que tuvo que sentarse en la cama y retorcerse como pudo para llegar al nivel del suelo. Os preguntaréis por qué no apartamos la cama un poco: cuando se lo ofrecí me miró desafiante, como preguntándome si pensaba que no sería capaz de entrar por ahí.

Jadeaba y resoplaba e imagino que juraba en arameo (o en luxemburgués), pero levantarse fue lo peor; pensé en ayudarle, pero cualquiera se acercaba a Godzilla, así que disimulé como pude, fingí que leía para no demostrar que no me perdía una y finalmente mi amigo se levantó. Todavía tengo el colchón hundido por el lado de la pared.

Tan contenta como una niña con teléfono nuevo, me fui para al trabajo pasando antes por la oficina de la Post (que además del servicio de correos lleva también el de telefonía) para solicitar una línea ADSL, ingenua de mí. Este tercer funcionario era aún peor que los otros dos. Se limitó a decirme entre dientes que no podía hacer la solicitud hasta que no pasaran cuatro días y se negó a darme más explicaciones. A estas alturas lo que no sabía mi interlocutor era que yo estaba más harta de ellos que él de mí, así que le freí a preguntas. Sabía que no iba a sacar nada en claro, pero veía su desesperación y disfrutaba con ello.

La foto es de un enchufe de teléfono luxemburgués. Bonito ¿eh? Hacer la foto me costó lo suyo, ahora comprendo al pobre hombre, también a mí me costó agacharme al nivel del suelo…

Está anocheciendo. Para compensar la horrible foto del enchufe, os envío una que acabo de hacer en este momento. Es lo que veo desde el sofá.

Creo que voy a pasar de ADSL. El cablecillo del teléfono, aunque corto, es suficiente para actualizar el blog y reunirme con vosotros de vez en cuando. Muchas gracias por los comentarios, es agradable saber que hay alguien al otro lado.

20 septiembre 2005

Vuelta al cole

Última llamada a los pasajeros del vuelo de Luxair 3838 con destino Luxemburgo, pasajeros por favor, embarquen por la puerta número 32....
Yo aún seguía diciendo adiós a Félix con la mano a través del cristal del control policial; no le veía demasiado bien porque no llevaba puestas las gafas. Mejor, no me gustan demasiado las despedidas.

Afortunadamente la puerta de embarque estaba muy cerca del control, así que llegué sin entretenerme, no porque hubiese oído la última llamada al embarque de mi vuelo, sino porque me apetecía sentarme. Las piezas de equipaje de tamaño estratégico que le daban el calificativo de cabin luggage pesaban finalmente más de lo que aparentaban.

Cuando desde lejos vi que no quedaba ningún pasajero en la sala de espera me temí lo peor y corrí hacia la puerta de embarque, a tiempo de coger el autobús. Miré con ansiedad a mis compañeros de viaje, pero no me pareció apreciar ninguna mirada de odio, por lo que supuse que no llevaban demasiado tiempo esperando.

Al fin me relajé y me entretuve mirando a mi alrededor. Me gusta observar a la gente e imaginar por qué viajan, dónde trabajan, quién les espera y cómo es su vida. Me monto unas películas interesantes. Y el vuelo del domingo por la noche a Luxemburgo es una mina.

Cuando entré en el avión me sorprendí, como siempre, de lo pequeño que es y de lo grande y torpe que se siente uno metido en ese artilugio de juguete. Noté un sonido extraño procedente del asiento contiguo al mío y me di cuenta de que la chica que iba a mi lado estaba llorando. Intentaba disimular, pero debía tener un buen sofocón porque cuando la azafata se acercó repartiendo servilletas no pudo decir nada e hizo un gesto nervioso con la mano rechazando el ofrecimiento.

Por supuesto no pensé en intervenir en ningún momento, pero fantasee con la posibilidad de decirle una frase de consuelo, y me pregunté qué podría ser, pero lo curioso es que no se me ocurría nada. Nada que ella ya no supiera, nada útil.

Tal vez ella era demasiado joven. O tal vez yo demasiado vieja. El otro día un buen amigo me felicitaba por mi valentía comentando inocentemente que él “a nuestra edad” no se hubiera atrevido. Mi primer sentimiento fue similar al que una siente la primera vez que le llaman “señora” , o sea, quise patearle la espinilla y jurar por mis huesos que tenía ocho años menos. Pero no es algo que yo no haya pensado más de una vez. Algunas veces siento que me invade la crisis de los 30 (¡sí! ¡qué pasa!) y comento con Félix que la oportunidad de esta experiencia internacional debería haberme llegado un poco antes. El siempre dice que no está de acuerdo, que es ahora cuando más la aprovecharemos, que con veinticinco años tal vez no se esté preparado para muchos de los inconvenientes de esta aventura. Y mirando a esta chica que lloraba silenciosamente con la cabeza pegada a la ventanilla me parecía que tenía razón.

NOTA: Aunque pretendo perder unos kilitos, la del dibujo del avión no soy yo… todavía.

12 septiembre 2005

El Grund

Hoy es domingo y a pesar de que ha llovido desde muy temprano hemos decidido ir a dar una vuelta por el Grund. Es la parte baja de la ciudad y a mi juicio una de las zonas más bonitas de Luxemburgo. Debe ser estupendo vivir ahí, porque hay mucha tranquilidad en sus calles. Por suerte para los vecinos y para los turistas incansables, hay un ascensor que comunica esta zona con la parte alta de la ciudad, porque la bajada es fácil, pero la subida, digna de una de las etapas del Tour de Francia.

El paseo fue precioso, pero no paraba de llover, así que decidimos ir a algún café a intentar pillar una wireless de esas y acceder a Internet. En el primero no hubo suerte, pero en el segundo sí, y pudimos leer los últimos correos electrónicos de muchos de vosotros que tenéis el detalle de escribir de vez en cuando. Por favor, no dejéis de hacerlo, se agradecen los mensajes en el destierro.

El café de la foto en la que aparece Félix se llama Beans & Books y es uno de mis favoritos. Es también librería y ofrece conexión a Internet gratis. Me parece un negocio estupendo ¿alguien se anima a importar la idea?

Aventuras en el sótano

Un día me armé de valor y me bajé al sótano para llevar al trastero las maletas que tengo y que no sé dónde meter, dadas las dimensiones de mi apartamento. Previamente, había ido al super a buscar unos sacos gigantes de plástico para embalar adecuadamente las maletas, ya que el trastero no tiene estanterías ni muebles, ni nada que se le parezca, solo bastantes metros de un suelo de aspecto húmedo e insalubre.

Iba yo muy contenta en el ascensor con todas mis maletas protegidas y selladas cuando (¡maldito Murphy!) se me cayó la llave del trastero, con tan mala suerte que quedó balanceándose en el filo del hueco del ascensor. Con estupor pude ver en cámara lenta cómo la llave se caía sin poder hacer nada para evitarlo. Y me quedé con dos palmos de narices y cuatro maletas plastificadas mirando el agujero sin saber qué hacer.

Ahora el problema era contarle mi desdicha a la de la agencia porque ¿cómo se decía hueco del ascensor en francés? Pues nada, agarré el diccionario y escribí un e-mail de disculpa a la chica de la agencia explicándole lo que había pasado. Dejé pasar unas horas y la llamé por teléfono, para asegurarme de que había recibido el mensaje, de que lo había entendido y para preguntarle qué pensaba hacer al respecto. En cuanto me oyó empezó a reírse como loca, mientras yo seguía disculpándome. No sé si me dijo que me daría otra copia de la llave o si enviaría a alguien a recuperarla. Yo desde luego no bajaría a las profundidades del edificio, porque si el sótano es como es no quiero ni imaginarme el aspecto del piso inferior.

El segundo reto del sótano era cómo poner la lavadora. Como puede verse en la foto de la derecha, las instrucciones, que son muchas, están en un perfecto alemán, así que le pedí a Félix que me trajese de Madrid mi diccionario y entre los dos tradujimos todas las palabrejas que aparecen en a lavadora. Exceptuando un par de ellas que parecen significar “onda” y “sobredosis” las demás ya las tenemos totalmente identificadas y el reto de colón ha sido superado. Ahí podemos ver a Félix haciendo las labores del hogar con alegría.

03 septiembre 2005

Cómo parecer una luxemburguesa

Estos jodíos van a hacer que aprenda francés más rápido, porque cuando vas de turista te lo perdonan todo y hablan muy despacio y tú te animas mucho porque consigues enterarte, pero a estas alturas se me debe notar que no estoy aquí tan temporalmente –debe ser por la soltura natural con la que me desenvuelvo– y ya se me rebelan y se embalan y me preguntan más cosas en las tiendas.

El otro día fui a una tienda de ropa, cogí unas cuantas cosas y me fui para el probador. Esperaba, como siempre, que una amable señorita me diese una plaquita de plástico y me dijese que entrara, pero para mi sorpresa, me soltó una parrafada ininteligible. Solo quería saber cuántas prendas llevaba, pero debía querer que se lo dijera de palabra, porque por más que le enseñara las tres perchas no se daba por satisfecha. Finalmente nos entendimos y entré. Pero hete ahí que tuve que volver y está vez pensé, ahora no me pillas, bonita, y fui por el pasillo repitiendo una frasecilla preparada con la que iba a parecer casi aborigen. Me planto a su lado, se la suelto… y me dice otra cosa ininteligible. Ella se lo pasaba genial, claro, pero yo no hacía más que decir que lo sentía mucho, que no la entendía. Al final parece ser que quería decirme que entrase sin cartelito, porque ya, total, con la hora que era no me iba a poner pegas. Acabamos riéndonos las dos, porque realmente el tema no tenía importancia, pero lo malo es que esto me ocurre continuamente. Estoy desarrollando una habilidad pasmosa en la búsqueda rápida de palabras en el diccionario, pero es que para reaccionar a tiempo y dignamente tendría que tener mejor memoria fotográfica.

Pues bien, para parecer luxemburguesa hay que ser más rápida, pero hay pequeños trucos que te pueden ayudar. El más importante consiste en despedirte muchas veces. Cuando vas a una tienda tienes que decir “au revoir, madam, merci beaucoup, bonne journée”, así, todo seguido y muy rapidito, nada de dormirse. Pero eso no servirá de nada a menos que lo digas cantando y con la entonación cursililla adecuada. Ganas aún más puntos si la persona a quien saludas está masticando algo (aunque sea un chicle) y aprovechas para añadir “bon apetit”. Esto lo tengo casi controlado, aunque a veces me sorprenden con fórmulas distintas e incluso más largas, y no paro hasta averiguar qué demonios me han dicho además de toda esa retahíla.

Inquilina, por fin

Bueno, ya tengo casita. Es un estudio de 33 metros, pero la verdad es que cunden bastante. Para empezar, tengo una cama de 1,80 m; es casi cuadrada, puedo dormir atravesada o incluso en diagonal. Está muy bien, aunque no me lo pareció cuando volví de Alcampo (Auchan, aquí) cargadita con sábanas, cubrecolchón, almohadas y demás accesorios diseñados para camas de 1,60 m y comprobé que por mucho que estirase no había forma de que entraran. Pero es que yo no sabía que existieran plazas de toros para hacer las veces de cama.

Aparte de la megacama parecería que no cabe nada más. Pues sí, tenemos también una cómoda, un sofá de dos plazas, una mesa baja bastante grande también, una mesita cuadrada y dos sillas. Hay un armario empotrado que resulta suficiente gracias a la cómoda, porque es más bien tipo zapatero.

La cocina está muy bien aprovechada y es más que suficiente, pero es el baño es lo que me va a proporcionar un cuerpo danone; no porque tenga sauna, sino porque apenas quepo. Tengo que cerrar la puerta para entrar en la ducha y abrirla para coger la toalla y así. Bueno, la verdad es que exagero un poco, pero es que al lado de esa cama todo parece diminuto…

Al menos la cama es cómoda, la cómoda es útil, a pesar de que los cajones no abran demasiado bien y el agua sale calentita y con fuerza. No es que el apartamento estuviera inmaculado, pero no tuve que limpiar tanto como me temía. La tele no funciona pero me da un poco igual esperar a que me la arreglen porque, total, la mayoría de las cadenas no las entiendo y las que puedo pillar son casi tan horribles como la TVE internacional. Esta solo se salva gracias a los informativos y al programa de Ramón García y sus bolos humanos, elemento característico de la España cañí que aquí no deja de tener su gracia.

Lo divertido es la lavandería y el trastero. Parecen escenarios de una película de terror. Eso me va a servir para hacer amigos, porque esperaré agazapada en el rellano hasta que vea bajar a algún vecino con la colada; de otra forma no bajo ni loca. Al menos mi lavadora está nuevecita, porque eso sí, cada vecino tiene la suya y pone su nombre, para que nadie se confunda.

La puerta del trastero la abrí y seguidamente la cerré con mucho cuidado, porque no me dio demasiada buena pinta; lo intentaré de nuevo cuando venga Félix, porque a lo mejor me dejé llevar por recuerdos de imágenes de alguna de esas pelis a las que absurdamente califican como de terror juvenil (como si el terror tuviera edad, como si a esos efectos fuesen relevantes los años de la niña que acaba con la cabeza colgando…).

En resumen, que voy a lavar más bien poquito, sólo los días que libre por la mañana. Me tendré que comprar mucha ropa, y de usar y tirar… Buena idea.

25 agosto 2005

Adiós al barrio rojo

Hoy, hablando con una buena amiga que me ha llamado por teléfono aquí, a mi destierro, he caído en la cuenta de que nunca he comentado nada en el blog del barrio en el que actualmente vivo, y tal vez ahora que me quedan dos días para marcharme de aquí es el momento apropiado para hacerlo.

Pues mi barrio es el barrio rojo, o sea, aquél que frecuentan mujeres (y hombres) de dudosa conducta. La verdad es que muchas ciudades quisieran para sí que sus peores calles se pareciesen a éstas, porque entre que soy un poco boba de por sí y lo discreta que es esta gente, me he enterado porque me lo han dicho, que si no ni se me ocurre. Y eso que hay una señorita apoyada en cada coche… Bueno, ahora que recuerdo, a veces me saludan muy sonrientes pandas de señores y yo pienso ¡anda, qué amables!… ¡a ver si la amabilidad la da el barrio! Y yo pensando que ligaba, a mis años.

Bueno, pues a otro tema. La foto de arriba muestra precisamente la calle en la que voy a vivir. No está mal, aunque el mío no es uno de esos bonitos edificios, sino éste de aquí, y el que señala la flecha, la ventana de mi apartamento. Tengo MUCHAS ganas de mudarme; ya tengo preparadas las maletas y la logística. Cruzad los dedos para que el agua caliente funcione, para que no haya bichos, ni vecinos ruidosos, para que el colchón sea al menos del siglo pasado y no del anterior... en fin, para que todo vaya bien. Más detalles en los próximos capítulos.

23 agosto 2005

Martes de lluvia y gimnasia

Está lloviendo a chuzos; pero a pesar de ello el día está muy luminoso, así que no está mal del todo, la combinación en curiosa. Mientras miro por la ventana pienso en lo bien que vendría esta agua en algunos sitios de España y pienso en lo mal repartido que está el mundo en todos los aspectos. Podríamos plantearnos el trasvase del Mosella o algo así, que aquí hay agua para regar siete planetas, y según me dicen, en Bruselas hay suficiente para inundarlos del todo. Todo es relativo. Cuando opinas que cómo llueve aquí no falta alguien que te dice “pues en Bruselas, no veas”. Parece haber una rivalidad tipo Cádiz-Sevilla o Madrid-Barça. Para los aborígenes de Luxemburgo, en Bruselas están todos locos, trabajan demasiado y tienen un techo de nubes por encima de la cabeza que no les deja pensar. No sé que opinarán los “bruselinos”; imagino que piensan que aquí uno se toca las narices a cuatro manos y que no hay nada que hacer en la ciudad.

Pero la verdad es que si tienes ganas, no faltan actividades. Cada día me encuentro en mi bandeja del correo de la oficina publicidad de cursos de tango, danza del vientre, sevillanas, esgrima, polo y vela (ahora que lo pienso, no sé dónde harán vela, aunque cierto es que con lo que ha caído hoy se podría hacer una presa en cualquier placita). Al principio pensé que alguien se había percatado de mi pinta atlética y pensaban que me encantaría esa información; luego vi que se la dejan a todo el mundo.

Yo tengo bastante con mi aerobic. Lo primero que tengo que conseguir es no perderme por los pasillos para llegar a la sala de gimnasia. Ya llego decentemente al vestuario (aunque una vez me metí en la cocina) pero desde ahí tengo que recorrer pasillos y pasillos donde se almacenan los boletines oficiales de 20 países –lo que da idea de su extensión– hasta llegar a la sala. La gimnasia sigue produciéndome agujetas, aunque menos que al principio, y sigo sin entender a la profesora, aunque he desarrollado mucho mi intuición y ya apenas dudo en los movimientos. Ella me mira todo el rato (como soy la nueva) y me sonríe, preguntándome “Ça va?” Y yo solo puedo poner la habitual cara de pez, ya no por no entenderla, que al “ça va” llego, sino porque el step y la charleta son del todo incompatibles.

21 agosto 2005

Tráfico aéreo

Hoy, como era domingo y hacía buen tiempo, me he dedicado a dar paseos por la ciudad y a hacer unas cuantas fotos. He sacado muchas fotos de aviones; es que pasan tan cerca que te hacen sombra. Esto parece Torrejón de Ardoz en sus buenos tiempos. En la foto no lo parece, pero casi se le ven las muelas al piloto.

Hablando de muelas, no os he contado los días de vacaciones que nos corresponden a los funcionarios, y es que es para contarlo, ya sé que me vais a odiar, pero es que tengo la friolera de 32 días laborables de vacaciones. Además de los 18 días de fiestas nacionales que nos corresponden. O sea, que muy bien. Cinco de esos días de vacaciones son por ser española, bueno, por tener la madre patria a un determinado número de kilómetros de Luxemburgo, por eso los alemanes y los franceses nos envidian mucho a los españoles y portugueses. Pues eso, que me he llevado una alegría cuando me he enterado...